viernes, 14 de enero de 2011

Vidas que no importan, duelos selectivos: La biopolítica y el caso mediático de los estudiantes asesinados de la U de los Andes.

Como hablaba hoy con mi mejor amigo Jeremy Brown Bourdieu, nos indigna y repudiamos el asesinato de los estudiantes de la universidad de los Andes, pero nos corroe las entrañas que los medios de comunicación de este país decidan qué vida vale la pena recordar y tratar con dignidad y cuáles cuerpos son los que no importan, ¿Cuántas personas mueren en Colombia víctimas de la violencia estatal, para-estatal y la mafia de la droga y no reciben tanta mediatización, es decir, no merecen recordarse o sentir indignación por sus asesinatos? 

Cámaras, artículos de prensa, fotos con el ataúd, remembranzas, frases como "todos los colombianos estamos compungidos por la muerte de estos estudiantes", horas de transmisión sobre ese fatal hecho y bueno, creo que existen muchos factores de clase social y razones de élite local, que pueden explicar el por qué del interés de los noticieros por la muerte de estos jóvenes. Mi pregunta apunta por la vida de aquellos/as que Foucault llamaba "los hombres y las mujeres infames", quienes no aparecen en la escritura del poder, aquellos cuyos cuerpos son disponibles, desechables y no cuentan, no merecen entrar en el cálculo de la vida y que por lo tanto, sus muertes tras la violencia endémica de este país, a veces sólo permite dedicarles un titular de mínimo un minuto al aire. Una corroboración de la normalización de la muerte sobre los otros y las otras, un minuto para decirnos que sus muertes son un noticia más, un minuto para olvidar que aquellos/as que viven la cara aciaga de la violencia no son tan importantes. Un minuto lamentable, 30 minutos de farándula, 25 minutos de deportes…

En San Bernardo del Viento, donde fueron asesinados los estudiantes de los Andes,  los paras y el narcotráfico llevan asesinando gente desde hace bastante tiempo, gente sin apellidos de renombre, posiblemente sin formación universitaria, campesinos/as, desplazados/as, gente de la periferia de esta Colombia sangrante e indolente. Sus muertes no han suscitado editoriales como "indignación nacional" o "un adiós inmortal", no fueron tratados como héroes y heroínas o quizá, sus cadáveres yacen podridos en alguna fosa común que tanto se acostumbra usar como medio de desaparición de la memoria y de las injusticias.  

¿Por qué cuando se supo en los medios de comunicación el caso de los falsos positivos en Soacha hubo duda (y hay duda) sobre los antecedentes penales de esos jóvenes y en otros casos no? ¿Por qué sus muertes no "indignan a los/as colombianos/as?" ¿Por qué cuando jóvenes mueren en las comunas de Medellín o en cualquier otra barriada del país no nos pesa en el "alma" y lo primero que surge es un sentimiento justificatorio como "de pronto si eran "delincuentes"?

Judith Butler se preguntó una vez ¿Qué cuerpos merecen duelo? ¿Qué consideramos como “vida” y qué cuerpos no la merecen? La vida se cuida y se mantiene diferencialmente, y existen formas radicalmente diferentes de distribución de la vulnerabilidad física de las personas a lo largo del planeta. Ciertas vidas están altamente protegidas, y el atentado contra su santidad basta para movilizar las fuerzas de la guerra. Otras vidas no gozan de un apoyo tan inmediato y furioso, y no se calificarán incluso como vidas “que valgan la pena”.

500 millones de pesos para capturar el asesino de los estudiantes de los Andes, ofreció el gobierno hoy por la cabeza de “alias gavilán”, las vidas “altamente protegidas” de estos jóvenes, el imaginario mediático y populista de Caracol /RCN/El Tiempo y el gobierno Santos,  despliegan una memoria hegemónica, un solo fragmento del horror que viven muchas, muchísimas personas en Colombia. Se movilizan las “fuerzas de la guerra”, se ofrecen millones por las vidas que cuentan, se emite un mensaje: las no-vidas de los otros no valen ni un céntimo.

Biopolítica de los medios de comunicación. La memoria de sus muertos de lujo, de élite, hace doler a un “país”. El llamado es a romper esta manipulación, esta fábrica de la producción de sentimientos nacionalistas, esta maquinaria de olvidos y de corazones de piedra que se supone debemos tener con los no ricos, lxs desplzadxs, con lxs no blancos, los no-heterosexuales, lxs excluidxs, lxs “anormales”.

Ninguna vida debería ser arrebatada por la violencia, pero no nos pueden obligar a creer que el “verdadero duelo” lo merecen unos pocos, que tienen o tuvieron el dinero suficiente para salir en televisión y en prensa.

El problema no se reduce a la existencia de un discurso deshumanizador que produce estos efectos, sino más bien a la existencia de límites para el discurso que establecen las fronteras de la inteligibilidad humana. No sólo se trata de una muerte pobremente marcada, sino de muertes que no dejan ninguna huella. Tales muertes desaparecen no tanto dentro del discurso explícito sino más bien en las elipsis por las cuales funciona el discurso público”  (Judith Butler)



  







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