jueves, 27 de enero de 2011

Mona Camaleón: Trapo feminista: ¡Querida amiga diego!

Mona Camaleón: Trapo feminista: ¡Querida amiga diego!


Iba caminando como siempre, mirando hacia el suelo como tratando de encontrar un billete de 50 mil botado en el piso, cavilando guevadas, viendo cómo mis pisadas de patota maricona me guiaban a mi casa luego de una tarde ajetreada de conversaciones, buena cara, peluquerías y trabajo. De repente, en cuanto cruzaba la esquina de mi barrio proleto, escucho aquella voz de travesti ronca que me acompañó en mi despertar mariquita, aquella morena grandota y fantasiosa que fue mi amiga loca, hija de panaderos, la galleta, el roscón, siempre tú, La diego. La cabrona me gritó desde la otra esquina “Loca”, “mona loca, ya no saluda”; en shock y sorprendida me boto a la calle y tomando aire para vocalizar aquel acento de señora chismosa, de loca digna y remolona , le grito “Ayyyy, más loca será usted”….Abrazos, picos, ojos brillantes, me recuerdo a mi misma andando con La diego, caminando por chapinero, buscando buenos polvos y manes espectaculares, aquellos que nunca llegaron porque somos refeas y nunca sentimos encajar en la norma hiper-gay, hiper-masculina del bom-bom fashion, que manda y da la parada en el mundo de las locas. No nos importaba mientras sonara “I´m slave for you” de Britney y pudiéramos mover nuestras caderonas de reina.

-         -   Ay amiga ¿cómo está?, Usted es una hijueputa, se perdió tan pronto entró a la universidad.
-          -  Marica, las personas cambian.
-            - Las personas cambian pero usted se olvidó de quién la hizo la marica que es.

Sentí el plomo de aquella bala-palabra que me entró por el pecho y me acribilló sin tener forma de esquivarla, responder o inventar una excusa. No sabía cómo explicarle a mi amiga La diego que cuando entré a la universidad a estudiar sociochimbadas tenía muchas expectativas, quería “cambiar”, me había hartado de ser la “loca del barrio”, la mona, la niña-mariposa, la Gayson del colegio. Ay marica, verle su cara de diva proletaria, de maricona orgullosa, con su indemne porte de draga en plena marcha LGBT, me hizo pensar que yo misma me fabriqué un closet, una máscara para pasar inadvertida, ser ese “gay serio”, estudioso y reformado, ese auto-flagelo, esa disciplina propia que cohíbe la partidita de tacón, la agudeza de la voz, la caminata de pasarela y la manito quebrada. Quería que papá se sintiera orgulloso, levantarme otro “gay serio”, un marido para conformar una linda parejita, hacer carrera y ser “respetable”, todo un marica asimilado, de esos que le son útiles al sistema, que no son corrosivos y quieren abdomen de gimnasio para irlo a mostrar en las noches de viernes para que se les queden mirando y no se sientan perdidos por no haber hecho el conquiste de la noche.

Amiga tengo que decirle que me hizo falta buscar en mi genealogía… que el nombre “Jeisson” me fastidia, que no debí haberme depurado tanto, haberme “purificado” en tanta miel heterosexista, que es empalagosa porque da seguridad, pero a fin de cuentas es asfixiante porque no deja respirar, no deja transgredir las fronteras, no permite la duda y le pone barreras a la mutación del cuerpo.

Hoy que la veo a los ojos y le miro sus pestañotas con rímel transparente pienso en su inquebrantable entereza de mariquita, su no miedo a la mano dura de su papá, su persistencia ante las burlas del barrio que me la mitificaron como la “loca de la panadería”, ni a la opresiva institución familia, ni al desplante elitista y masculinista del mundillo gay, ni a la sociedad en general enferma de género, enferma de binarismo. Marica nunca se lo he dicho pero usted es mi teórica queer favorita, tengo que presentarle a Gayle Rubin y su hermosa utopía feminista, una utopía con la que alguna vez soñamos pero que hace poco leí escrita en unas páginas: “El sueño que me parece más atractivo es el de una sociedad andrógina y sin género, aunque no sin sexo, en que la anatomía sexual no tenga ninguna importancia para lo que uno es, lo que hace y con quién hace el amor”….Creo que deliramos con esto alguna vez, brindamos en una esquina del barrio, en un parque, soñando con ver a su papá montado sobre tacones y con un delantal rosita atendiendo la panadería, los mecánicos machos del barrio con melenas decoloradas llevando a los bebes para el kinder y las monjas del colegio con bigotes y en caballo. Fuimos chicas, fuimos escurridizas, peliamos hasta el cansancio contra nuestros nombres de varón. Como aplaudo a La mona y La diego.

-Pero amiga, amiga, no le he contado, ahora soy La Trapo.
- Pero que nombre tan feo linda, prefería La Mona.
- jaja, es cierto, pero La Trapo tiene mucho de La Mona.

Ahora que camino en retrospectiva, creo que nunca había expuesto mi amor a los feminismos y a mis amigas lesbianas y post-lesbianas e hiper-lesbianas, que me han ayudado a no dejar morir a La Mona, a sacarla de los escombros, a construirme como diva descachalandrada, como princesita pobre de barrio popular. Lesbiana feminista, engendro de arepas, multitud encarnada, estoy contenta de poderte mirar a los ojos mi querida diego y continuar con la utopía de crear un barrio, un mundo, donde lo que tenemos entre las piernas o con quién follamos o como construyamos nuestro género, no sea un impedimento para crear alianzas, narrar otros mundos, inventar nuevos cuerpos y bailar Britney Spears. Adoro a mis arepas pues me hicieron un rebautizo de gueto feminista, me abortaron a otro mundo donde ya no tengo vergüenza por ser y hacer las mariposadas que hago, el feminismo que invento y las pasiones que me rebotan: Suxy, Dianita,Iityk, Maria Elena, Claudinchis, Cayita, bebe, diani pop, angelita, sylvi....  

Y lo adoro a usted pedazo de loca!

No más “Jeisson”, por ahora Soy La Trapo, la trans-pobre, que glamour!! y en mí nada la mirada inquieta, la fragancia potente de La diego que nunca ha declinado de ser una loca revolucionaria sin que ella aún lo sepa…
:D




viernes, 14 de enero de 2011

Vidas que no importan, duelos selectivos: La biopolítica y el caso mediático de los estudiantes asesinados de la U de los Andes.

Como hablaba hoy con mi mejor amigo Jeremy Brown Bourdieu, nos indigna y repudiamos el asesinato de los estudiantes de la universidad de los Andes, pero nos corroe las entrañas que los medios de comunicación de este país decidan qué vida vale la pena recordar y tratar con dignidad y cuáles cuerpos son los que no importan, ¿Cuántas personas mueren en Colombia víctimas de la violencia estatal, para-estatal y la mafia de la droga y no reciben tanta mediatización, es decir, no merecen recordarse o sentir indignación por sus asesinatos? 

Cámaras, artículos de prensa, fotos con el ataúd, remembranzas, frases como "todos los colombianos estamos compungidos por la muerte de estos estudiantes", horas de transmisión sobre ese fatal hecho y bueno, creo que existen muchos factores de clase social y razones de élite local, que pueden explicar el por qué del interés de los noticieros por la muerte de estos jóvenes. Mi pregunta apunta por la vida de aquellos/as que Foucault llamaba "los hombres y las mujeres infames", quienes no aparecen en la escritura del poder, aquellos cuyos cuerpos son disponibles, desechables y no cuentan, no merecen entrar en el cálculo de la vida y que por lo tanto, sus muertes tras la violencia endémica de este país, a veces sólo permite dedicarles un titular de mínimo un minuto al aire. Una corroboración de la normalización de la muerte sobre los otros y las otras, un minuto para decirnos que sus muertes son un noticia más, un minuto para olvidar que aquellos/as que viven la cara aciaga de la violencia no son tan importantes. Un minuto lamentable, 30 minutos de farándula, 25 minutos de deportes…

En San Bernardo del Viento, donde fueron asesinados los estudiantes de los Andes,  los paras y el narcotráfico llevan asesinando gente desde hace bastante tiempo, gente sin apellidos de renombre, posiblemente sin formación universitaria, campesinos/as, desplazados/as, gente de la periferia de esta Colombia sangrante e indolente. Sus muertes no han suscitado editoriales como "indignación nacional" o "un adiós inmortal", no fueron tratados como héroes y heroínas o quizá, sus cadáveres yacen podridos en alguna fosa común que tanto se acostumbra usar como medio de desaparición de la memoria y de las injusticias.  

¿Por qué cuando se supo en los medios de comunicación el caso de los falsos positivos en Soacha hubo duda (y hay duda) sobre los antecedentes penales de esos jóvenes y en otros casos no? ¿Por qué sus muertes no "indignan a los/as colombianos/as?" ¿Por qué cuando jóvenes mueren en las comunas de Medellín o en cualquier otra barriada del país no nos pesa en el "alma" y lo primero que surge es un sentimiento justificatorio como "de pronto si eran "delincuentes"?

Judith Butler se preguntó una vez ¿Qué cuerpos merecen duelo? ¿Qué consideramos como “vida” y qué cuerpos no la merecen? La vida se cuida y se mantiene diferencialmente, y existen formas radicalmente diferentes de distribución de la vulnerabilidad física de las personas a lo largo del planeta. Ciertas vidas están altamente protegidas, y el atentado contra su santidad basta para movilizar las fuerzas de la guerra. Otras vidas no gozan de un apoyo tan inmediato y furioso, y no se calificarán incluso como vidas “que valgan la pena”.

500 millones de pesos para capturar el asesino de los estudiantes de los Andes, ofreció el gobierno hoy por la cabeza de “alias gavilán”, las vidas “altamente protegidas” de estos jóvenes, el imaginario mediático y populista de Caracol /RCN/El Tiempo y el gobierno Santos,  despliegan una memoria hegemónica, un solo fragmento del horror que viven muchas, muchísimas personas en Colombia. Se movilizan las “fuerzas de la guerra”, se ofrecen millones por las vidas que cuentan, se emite un mensaje: las no-vidas de los otros no valen ni un céntimo.

Biopolítica de los medios de comunicación. La memoria de sus muertos de lujo, de élite, hace doler a un “país”. El llamado es a romper esta manipulación, esta fábrica de la producción de sentimientos nacionalistas, esta maquinaria de olvidos y de corazones de piedra que se supone debemos tener con los no ricos, lxs desplzadxs, con lxs no blancos, los no-heterosexuales, lxs excluidxs, lxs “anormales”.

Ninguna vida debería ser arrebatada por la violencia, pero no nos pueden obligar a creer que el “verdadero duelo” lo merecen unos pocos, que tienen o tuvieron el dinero suficiente para salir en televisión y en prensa.

El problema no se reduce a la existencia de un discurso deshumanizador que produce estos efectos, sino más bien a la existencia de límites para el discurso que establecen las fronteras de la inteligibilidad humana. No sólo se trata de una muerte pobremente marcada, sino de muertes que no dejan ninguna huella. Tales muertes desaparecen no tanto dentro del discurso explícito sino más bien en las elipsis por las cuales funciona el discurso público”  (Judith Butler)