miércoles, 13 de febrero de 2013

Abolir la cárcel de la heterosexualidad obligatoria.



Las cárceles son lugares marginales ubicados en las zonas periféricas de la imaginación social. La cárcel es en sí misma una realidad espeluznante, terrible e indeseable. Nadie desea estar, si quiera por un minuto, tras los barrotes oxidados del olvido, el frío y la zozobra del injusto sistema carcelario. La cárcel prolifera en imágenes a través de la televisión y el cine como el lugar cerrado donde impera el mal, como la barrera que mantiene contenida a los sujetos peligrosos del mundo “libre” y “seguro”, y como aquel lugar donde se encuentran aislados los “problemas de la sociedad”.

Mucho se habla de las representaciones dominantes sobre el sistema carcelario, pero poco conocemos del funcionamiento interno de esta maquinaria devoradora de cuerpos en el contexto actual de hegemonía neoliberal y de injusticia social. Producir conocimiento crítico sobre las realidades que experimentan los cuerpos cautivos de las prisiones del país, es el paso clave para empezar a imaginar un mundo liberado del yugo de la cárcel y de las opresiones estructurales que la sustentan.

Es preciso engendrar microprácticas de solidaridad y resistencia en contra de la prisión. Soñar, desde una perspectiva feminista, antiautoritaria y descolonial, con la abolición del sistema carcelario, no es una idea descabellada o sin fundamento. La cárcel y su inherente fuerza reproductora de violencias y desigualdades de género, raza, clase y sexualidad, requiere de una ruptura epistémica que nos permita cuestionar la ideología de “reformar” las cárceles para hacerlas más humanas. No necesitamos más o mejores cárceles para brindarles “condiciones dignas” a las personas privadas de la libertad. Necesitamos un movimiento radical abolicionista que cuestione la no ingenua existencia del sistema carcelario y su papel represivo en contra de las personas excluidas por el capitalismo, sometidas por el sistema etario, violentadas por el sistema sexo-género, el racismo y la matriz de heterosexualidad obligatoria.

Las mujeres lesbianas, trans y heterosexuales enfrentan procesos de minorización, silenciamiento y ostracismo en el sistema de prisiones. En las cárceles la violencia sexual contra las mujeres se desliza impune. Las requisas genitales intrusivas, las violaciones, las injurias sexuales a familiares y visitantes son recurrentes. Los estigmas y estereotipos que se construyen sobre las mujeres racializadas en las prisiones las convierte en objetivos sistemáticos de abusos sexuales y racismo. La cárcel constituye actualmente uno de los pilares estatales de invasión a la autonomía corporal de las mujeres, así que abolir el sistema carcelario representa para las teorías y prácticas feministas latinoamericanas, decoloniales y transnacionales, una de las tareas éticas y políticas más apremiantes para hacerle frente a los procesos de neocolonización y dominación masculina global en el siglo XXI. 

La descolonización del yugo punitivo del Estado y de sus aparatos carcelarios y policivos debe enfrentarnos a lo que la feminista Negra norteamericana Audre Lorde llamó la interdependencia de diferencias múltiples no dominantes. En las cárceles no hay hombres y mujeres confinados como si se tratara de categorías de personas homogéneas. Las diferencias que atraviesan la categoría “mujeres” (así como la de “hombres”) nos debe obligar a desprendernos de nuestros puntos ciegos y a cuestionar nuestros privilegios para comprender cómo los regímenes de raza/racismo/racialización, edad, clase y sexualidad se intersectan generando situaciones diferenciales de opresión y resistencia en las cárceles. La diferencia es esa conexión en carne viva y poderosa de la que se fragua nuestro poder personal.

Para muchas feministas traspasar las barreras de la matriz de heterosexualidad aún resulta doloroso, cuando no vergonzante o ajeno. Muchas veces con el ánimo de victimizar a las mujeres y no reconocer sus luchas, suprimen o rechazan la posibilidad de encontrar en las prácticas lesbianas y en las existencias trans, posibilidades de resistencia en el encierro carcelario. Una práctica abolicionista del sistema carcelario está ligada al cuestionamiento radical de la heterosexualidad obligatoria como régimen de control político y no simplemente como una “orientación sexual”.

En las cárceles la violencia heterosexista contra las mujeres lesbianas y trans las somete al silencio, al control y a procesos de reinscripción forzada en el binarismo de género o a la asunción de la heterosexualidad. Abolir las cárceles es un proceso que no puede desligarse de la fantasía política de abolir las jerarquías, las identidades sexuales obligatorias y las prescripciones del género. Proliferar resistencias mariconas, travestis y lesbianas en contra de la cárcel nos ha de llevar a la exploración de placeres creativos y contestatarios, como una insignia radical de desobediencia en contra de la cárcel simbólica y material del régimen heterosexual.

Abolir las prisiones ha de ser una lucha por la descolonización de nuestros cuerpos, de nuestros placeres, saberes y visiones del mundo. Así como fue abolida la esclavitud en el siglo XIX es necesario aniquilar la esclavitud carcelaria del sistema de prisiones capitalista del siglo XXI. En nuestras manos, en nuestros cuerpos y en la capacidad de generar puentes a través de las diferencias no otrificadoras y creativas, reside el poder para engendrar  un mundo sin muros ni rejas y empezar a construir un presente libertario, colectivo, solidario y desestabilizador. 

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