¿Por qué nos obsesionamos tanto con el tema del matrimonio?, ¿Por qué el eterno tema de la familia?. Es una verdad de perogrullo decir que la "familia" opera como una categoría normalizadora que reproduce el orden social tal cual lo conocemos, en su forma más disciplinaria y conservadora. Lo que no es tan evidente para muchxs es que la lucha por el reconocimiento de las familias "diversas", lejos de ser un acto crítico y de resistencia al statu quo, es un acto asimilatorio. Que se reconozcan las familias compuestas por personas del mismo sexo no implica que se cuestione de manera profunda el lugar de privilegio que tiene la familia heterosexual, monogámica y masculinista (católica). Todo lo contrario, la familia caracterizada como "diversa" opera sólo como un anexo o un reducto de la "verdadera" familia que es la heterosexual, es decir, lo "diverso" es una estrategia de gestión del multiculturalismo: Se incluye a las "familias diversas" pero no se dinamita la jerarquía.
El furor que se vive en Estados Unidos donde se debate la posibilidad de legalizar el matrimonio entre parejas del mismo sexo, llena de optimismo a muchas personas y se convierte en una quimera que hace soñar a algunxs con la idea de que la "democracia" realmente existe. Soy pajarraca de mal aguero, ¿qué puedo hacer?, pero ya los feminismos críticos Negros y de color señalaron hace harto que las promesas de igualdad y de inclusión democrática no pueden ser sino ilusiones en aquellas sociedades en donde lo que gobierna no es el derecho sino el mercado. El reconocimiento del matrimonio de parejas del mismo sexo puede leerse como un avance en materia de derechos humanos, pero también tiene efectos en las estructuras sociales y en las matrices de opresión que van más allá del terreno de la agenda de los sectores sociales LGB (la T y la I, no han sido involucradas en esta lucha).
Reconocer que el matrimonio es la forma legitima para conformar una familia produce una estigmatización directa de aquellas formas de parentesco que no se encuentran regidas por la monogamia, por la parentalidad, por la pareja, por la PROPIEDAD. El discurso de la agenda por el matrimonio "igualitario" no aboga por el reconocimiento de la diversidad de las familias, aboga porque les sea otorgado a unos cuantos gays y a unas cuantas lesbianas, el ficticio beneficio de la normalidad heterosexual, porque puede que cambien los cuerpos que suscriben el contrato (marido y marido; mujer y mujer), pero el contrato en sí, el "matrimonio", sigue siendo heterocentrado. En Estados Unidos las familias compuestas por mujeres negras que son madres cabeza de familia y que viven en contextos de marginación económica, suelen ser estigmatizadas y discriminadas por un fuerte discurso racista y sexista, que afirma que al estar sin un hombre, las familias de estas mujeres son propensas a la desviación, la patología y el crimen. Todos estos imaginarios han hecho que las familias de las personas racializadas en ese país, que no corresponden al modelo de familia "burguesa-blanca y monogámica", sean susceptibles de ser criminalizadas y consideradas anormales.
Refrendar el matrimonio como contrato legitimador de la institución familia tiene entonces efectos interrelacionados con el racismo, el colonialismo, el capitalismo y la exclusión de otros grupos sociales. Creo que en Colombia deberíamos analizar más a fondo todo este rollo del matrimonio de las parejas del mismo sexo y pensar los efectos estigmatizadores que se pueden estar generando sobre los grupos afrocolombianos, negros, raizales, palenqueros, Rrom, las naciones indígenas, las familias desplazadas por el conflicto armado, las mujeres cabeza de familia y sobre otras formas de parentesco no homonormativas. Creo que la categoría misma de "familia" debería ser sometida a un análisis crítico, pues no se trata de decir que aquí y allí hay familias de mil colores y de diferentes "formas".
La noción misma de "familia" se encuentra naturalizada y tiene efectos violentos en términos simbólicos y materiales. Hablo aquí de la importancia de generar una comprensión más abierta del asunto donde se propugne no por el reconocimiento de los "diversos" a hacer sus "familias diversas", sino de reconocer que la forma hegemónica, universal y paradigmática de "familia" tiene que desplazarse, trastocarse, eliminarse o de lo contrario nada cambiará. Posiblemente las "otras familias" se reconocerán como "iguales" pero no habrá justicia social mientras la categoría "familia" no sea desnaturalizada y descentrada, pues es a través de ella que se están jerarquizando personas y reproduciendo desigualdades. Tener una familia, decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu, es un "privilegio", un "beneficio simbólico de normalidad", pues quienes tienen el privilegio de tener una "familia conforme" están en condición de exigirselo a todos sin tener que plantear "la cuestión de las condiciones (por ejemplo, un cierto nivel de ingresos, una vivienda, etc) de la universalización del acceso a aquello que exigen universalmente".
Entonces, se hace preciso dudar de esas categorías que nos parecen tan deseables y tan cálidas, tan "hogareñas", pues la "familia" no es precisamente el recinto más pacífico y armonioso del mundo, y si bien se habla del derecho a tener y formar familia, es igualmente importante reconocer que la multiplicidad de las formas de parentesco no se reducen ni a la forma-familia, ni a la monogamia, ni la pareja, la conyugalidad o la parentalidad. Es necesario destruir la mitificación de la familia como el recinto sagrado del amor, se nos hace urgente plantear formas de circulación de los afectos, las emociones y los amores que no se cristalicen en esas figuras opresivas y tenaces de sujeción, sabemos bien cómo el amor romántico, la familia y el matrimonio han expropiado históricamente a las mujeres de su autonomía y su capacidad de afirmarse como sujetos.
Creo entonces, para finalizar y haciendo pinceladas muy gruesas, que lo que necesitamos para la transformación social no es un matrimonio igualitario para las parejas del mismo sexo, lo que necesitamos es
la universalización del derecho a la salud, a la educación, al trabajo no explotado, al bienestar equitativo, la justicia y la participación política para todxs, sin que las relaciones de parentesco, los cuerpos y los deseos que construimos sean criterios discriminatorios para acceder al buen vivir. Se presenta una oportunidad única para reflexionar más allá del individualismo liberal que signa las campañas del matrimonio "igualitario". Se abren posibilidades de articulación de estrategias más allá de las fronteras de raza, clase, género y sexualidad, para exigir justicia social universal y no administración multicultural particularista, es necesario reclamar el fin de la familia tal como la conocemos, inventar nuevas formas de amar y de generar afectos y luchar por un horizonte descolonizado de las matrices de opresión, yo me pregunto, ¿Es posible un mundo más allá de la forma-familia? Creo que es posible, incluso, esos mundos ya existen...